La visita llega antes de tiempo. No sé qué hora es, pero aún tengo el vaho de la ducha en la cara y el café atravesado en la garganta. Me acerco como un detective a la puerta. Maletas arrastradas por pisadas. Pies que llevan a trote voces. Vocablos familiares desprovistos de letra. En un minuto pasos, equipajes y gritos posan la montura sobre el felpudo en poesía imperfecta.
Entró con la visita la primera inhalación de la mañana y sin notarlo la luz iría conquistando cada poro. Pasaron horas rápidas de jolgorio absurdo por compartir agua del grifo servida en una terraza. Horas estrechas paseando trofeos terrenales en bolsas de cartón y plástico. Hubo horas tuertas, horas blandas y horas sobrellevadas con paseos chamberibianos proyectando planes sujetos con hilo de cometa. Hay quien se desentiende de ellos, de los sueños, y los suelta al aire como una paloma que se sabe muerta.
La cometa. Ignacio Pinazo
Las horas rápidas nos dejaron sin silencios y nos desbordaron con conexiones vitales, en una suerte de big data en la que fantaseamos sobre lo que fuimos; lo que seremos, lo que hubiéramos sido...Como dando por hecho que la existencia puede disfrazarse de tantos tiempos verbales para encarar lo que en realidad es.
Es domingo: tras las horas llenas, fente a frente con el eco.