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lunes, 29 de julio de 2013

Intermediarios


Se buscan responsables. Ya nadie quiere serlo. La inacción – o el febril escaqueo si lo quieres llevar para regalo- es la varicela del adulto. Un mal vírico que te asalta al hacerte mayor  y que se queda para siempre en forma de pústulas blandas, granos de miseria con el don de la locuacidad.  

Ocurre así desde que podemos silenciar el móvil. Desde que con un botón enviamos un mensaje corto para no quedar del todo mal con un amigo nescafé cualquiera. Desde que nos comportamos como decimos que no somos. La espontaneidad murió el día en que se inventó el modo vibratorio, esa dosis justa de estruendo
que te hace incluso sentirte cómodo si decides pasar página y seguir a solas con tu conciencia.


La tecnología de banda ancha nos ha dado todo a cambio de no mojarnos en nada y, como premio,  permite  que esculpamos nuestras vidas colgando  fotos de Instagram que hablan de cielos del color del catálogo de Ikea y de amaneceres únicos, como si alguna vez hubiese habido dos iguales.

Pero no siempre ha sido así. Hubo un tiempo –meses o años, según para quién- en el que siempre se cogía el teléfono. En mi casa que sonara el cacharro ése era todo un acontecimiento. Y descolgarlo una misión importante porque te convertía en paloma mensajera o en la telefonista eficiente.

“Ah, cuánto tiempo […] déjalo en mis manos. Tienes mi palabra. Nos vemos la próxima semana”.  

Directo. Sin buzones de voz. Sin intermediarios

martes, 23 de julio de 2013

¿Te podemos llamar Kenia?

En España no se toma agua con gas, mucho menos se pide. No se alquila porque lleva implícito tirar billetes de cien euros por la ventana y los niños están fichados por el móvil porque los padres son 2.0

Sólo un loco deja la silla del curro antes de las nueve. El porte es lo que la cáscara al huevo: si lo rompes te expones a que encuentren más clara que yema. 

El aire adquiere la categoría de acondicionado  si consigue frenar el riego sanguíneo y la tele se enciende todas las tardes para ver cómo se aparean los leones y las leonas de La 2. Lo dicen las encuestas.

Los calcetines se enrollan como una bolita en el cajón. Comer sin pan es hacer el bobo y el reciclaje está sobrevalorado: en el vertedero acaba todo junto, las sardinas al lado de los tarros de espárragos y el tambor de la lavadora




 
España es  de sus cosas. De sus nombres. De MaricármenesLeonores. De Manolos y Antonios con concesiones puntuales a cócteles tipo Kevin Jesús para mayor gloria de la mofa colectiva. 

Lo nuevo se absorbe si entra con pajita. Si no, simplemente hay que cambiarlo. De hecho se cambia

"Tienes un nombre muy difícil de pronunciar y  puesto que eres negra te llamaremos Kenia en la oficina. ¿Te podemos llamar así verdad?  

Gracias, Kenia".

Lo creamos o no hay más de una manera de doblar un calcetín



miércoles, 17 de julio de 2013

Coaching concentrado (III)


No te fíes de quienes ven el vaso siempre -siempre, siempre- vacío. Su organismo está viciado y se atragantan nada más probar la primera gota.

jueves, 11 de julio de 2013

Barrigas


Las barrigas son confesionarios de pecados mortales que asoman entre los botones bajos de la camisa, cúmulos de triglicéridos que se quedaron contigo cuando te dejó tirado la resaca. 

Las barrigas dicen lo que las manos callan.  A menudo malviven en tierra de nadie, una castilla entera entre el aro del pecho y la paraíso pélvico pérdido. Barrigas tiernas y barrigas doblegadas por la tiranía del cinturón.

Amamos las barrigas sin perímetro porque pitan gol en las buenas rachas. 


viernes, 5 de julio de 2013

Púrpura senil



Amalio es flaco. Tiene la columna corta. Las piernas blancas como leche de burra y la nariz llena de poros.

Suele llevar unas Nike y pantalón de tergal verde bosque que combina con camisas discretas de raya marcada y por debajo del codo.

Es un figurín. Un hombre concentrado en un metro sesenta de andares simpáticos y mirada miel. Es de ducha alterna;los martes y los jueves se asea por regiones y deja para el fin de semana el lavado de ciclo largo.

Pero lo que más me sorprende es que Amalio cambia de color. La mayoría del tiempo es violáceo. En invierno se vuelve agranatado y en los cambios de estación varía del rosa palo al rojo subido.

Creo que lo lleva bien. No le he visto echar juramentos mirando al cielo y a decir verdad no le pega ser de los que se llevan las manos a la cabeza por parecer hoy un chicle, mañana una granadina madura. El espejo es un reflejo de lo que uno quiere ver. Y la única réplica que busca Amalio es saber si toca pasarse la afeitadora.

Así que Amalio pasa. Marcha por el mundo indiferente, ajeno a la paleta de colores de su rostro. Constitiuye la versión más cercana que jamás he conocido de Gregorio Samsa. Sólo que el personaje de Kafka era un escarabajo común y Amalio, mi Amalio, un referente clínico de la púrpura senil. 

jueves, 4 de julio de 2013

Eme



Eme se casa.

Y quién es él.

Da igual. Lo importante es la novia y sus mariposas estomacales. Cientos de ellas.   

Sellarán sus papeles y luego reirán a solas o tomarán cerveza con  pepitas premium de chocolate Cadbury. En vaqueros y con converse, probablemente. Quizá haya una foto por wasap, quizá un grito de alivio desde la atalaya del Strastosphere.

Quizá todo, quizá nada.




lunes, 1 de julio de 2013

Middelharnis



Acercarse a Middelharnis es notar un pellizco en el pulmón. No hay motos en Middelharnis. No hay voces por encima de otras y no hay jadeos a primera hora de la mañana y en general a ninguna hora, porque en verdad en Middelharnis no existe el tiempo.

Las cosas simplemente permanecen. Permanecen las casas de tejados de dos aguas, las puertas de colores con el nombre familiar y el coche -ni grande ni pequeño ni sucio ni limpio- en el jardín de la entrada. 


Permanecen las bicis sin candado, los tulipanes alineados en las ventanas, las ventanas con las cortinas abiertas y detrás de las cortinas el salón compartido sin pudor de algún habitante de Middelharnis.

En Middleharnis se comparte el desayuno en batín con la calle del vecindario. La tinta de los periódicos, las fotos de unas vacaciones en Catalonia y hasta las risas de los niños, que podrían ser las de cualquier otro.


Salir de Middelharnis es ver cómo explota el globo sin que se pueda retener el aire.