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domingo, 29 de diciembre de 2013

Matar al personaje



El artista es un hombre profundamente encadenado a sus obsesiones. Sófocles arrastró al suicido a Antígona porque su fidelidad a la familia era en el fondo insoportable. Quién honra a unos hermanos deshonrados por sus propios actos. Antígona. Quién se empeña en darles sepultura para salvar sus almas de la boca de los perros. Antígona.
Delibes también mató a uno de los amigos de El Mochuelo durante un baño infantil entre las rocas. Mató al feo. Al esmirriado que había nacido con calvas en la cabeza, demostrando que la debilidad ajena hace miserable al que la ve, porque se retrata siempre acudiendo al cajón en busca de un caramelo mentolado. 
Matar a un personaje es el resultado lógico de un proceso que empezó siendo admiración, náusea empática condenada a acabar mal.

martes, 3 de diciembre de 2013

Un tornillo cualquiera



Cuánto tarda un tornillo en corroerse
Cuánto, una gota en estamparse contra el cristal
En qué momento madura un tomate de septiembre
y lo poético se vuelve vulgar
Quién ha visto crecer una hierba la primera vez
Qué noche se enciende de pronto una estrella
Cuándo dejan de brillar las pupilas y nadie lo ve



lunes, 25 de noviembre de 2013

jueves, 14 de noviembre de 2013

Liquidamos

Lo que en lunes es épico en domingo es decadencia. Si alguien nos pintara a lo largo de la semana el resultado sería el de una mariposa sobre seda que metamorfosea en una larva. Pequeña, arrastrada, con vello ralo y cegata. Ese crepúsculo es, no sin cierta paradoja,  el punto álgido de la condición humana. El máximo de verdad al que podemos aspirar es mirar la imagen que devuelve el espejo. Lamentar la genética retorcida y lo ridículo de la carcasa cuando sólo le arropa una bata de felpa. Los domingos no queda otra.  Liquidas las cuentas, pagas el tributo correspondiente y temes la reacción del administrador, es decir, de ti mismo   


lunes, 4 de noviembre de 2013

Un regalo de Sara


Desde algún lugar de la autopista me imagino los rizos de Sara, su bolso gigante y la sonrisa abierta chorreando acordes y notas como si ese momento no tuviera fin

Gracias, 

Que bonita la vida
Que te mece con arte
Que te trata de usted
Para luego arroparte
Te hace sentir valiente
Otras tantas don nadie
Que bonita la vida





lunes, 28 de octubre de 2013

Las tres lubinas

Cuando escribo estas líneas aún tengo el paladar cubierto de una película de grasa que soy incapaz de asimilar. Ocurre a veces que los sabores, como los recuerdos insistentes de la infancia, se instalan en las amígdalas y no hay friega de bicarbonato y limón que los cure.

Han pasado dos días desde el suceso de las lubinas y tengo claro que el episodio se ha convertido en la versión surrealista del clásico cuento de Los tres cerditos. Porque eso es lo que teníamos encima de la mesa: tres ejemplares porcinos amantados concienzudamente a pienso para reposar con rictus faraónico entre patatas panadera y cebolla pochada.

Sigo dándole vueltas a cómo entraron en casa. Quizá porque la mente humana está programada para sintetizar conceptos, ideas, verdades llamadas absolutas que introducimos en moldes. Por ejemplo, un cuadrado con cuernos es una televisión a pesar de que ninguna televisión tenga ya antenas; un bastón con una figura encorvada representa un anciano aunque el viejo más común vista deportivas y gafas sin montura; a la casa con tejado de dos aguas la identificamos con nuestro hogar pese a que el 80% vivimos apilados en bloques de hormigón. Y así un bicho con aletas y bronquios es un pez y si además lleva un cartel de lubina salvaje, entonces indiscutiblemente tiene que ser salvaje.

¿Vemos lo que realmente tendríamos que ver o lo queremos ver? Lo segundo. Porque es más cómodo y socialmente está aceptado. Porque identificar las cosas que parecen ser con lo que realmente son ahorra problemas inmediatos. Jugar a los moldes evita tener que pensar, que  discutir una hora con el pescadero si lo que tirita sobre el hielo es un cuervo desplumado o chipirones con tinta.  

Al final nos comimos todo lo que había en la fuente sacada del horno, probablemente porque llegamos a la mesa con el instinto del superviviente. Tengo que agradecer a la naturaleza su destreza para enviar el bolo alimenticio –aderezado con mucho limón- al intestino grueso y reducirlo todo a materia fecal.

Sólo el miope es incapaz de ver que fue una mala cena. Y sólo el torpe se resistirá a comprender que, pese a las tres cerdas,hubo brevísimas cúspides de gloria, periquetes de felicidad como los llama Benedetti.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Elío


Los días tontos siempre acaban bien. Es como si te bendijeran porque no esperas nada a cambio; porque simplemente estás ahí, con el jerséi de bolas del fin de semana tomando un mosto aquí un refresco allá, ni siquiera te matas por agarrar una mahou. Los días tontos son de deambular; de dar patadas a una piedra, de aparcar de libro como el primer día en la academia, es decir,  ajustando a tope para que las ruedas queden rectas. Los días tontos canturreas con el intermitente del coche. Te conviertes en espectador, en el jubilado curioso que se detiene en cada socavón que hacen en su calle. 

Miras, observas. Pasas

Los días tontos ocurren a veces entre cuatro baldosas, como le pasa a Elío, ese mogote de pelo gris que habita el adosado que le ha construido Manolo en la finca, por cierto, de su propio adosado. Elío sabe bien de qué van los días tontos. Unas hojas de tomate, una siesta con el sol de la una de mediodía, un pestañeo, otro… 

Miras, observas. Pasas


miércoles, 9 de octubre de 2013

Bola de Dan


La diferencia entre respirar y no respirar es una cuestión de matiz. Una línea discreta como el bajo del pantalón. El dobladillo es nuestra metáfora terrenal del suspiro súbito, del segundo de tiempo enviado desde el inframundo por la diosa Medusa para convertirte en piedra.

Nadie llega a la pubertad sin haberlo experimentado. ¿O alguien no ha jugado alguna vez a balón prisionero?; la quema, lo llaman algunos. Vivos y muertos, en su versión más gótica. La matanza. El matador. A matar. El brilé de las clases de educación física y la bola de dan para los nipones.

Para empezar, se divide el campo rectangular por la mitad. La misión es golpear con la pelota a algún miembro del equipo adversario para eliminarlo. A quien le toca la bola se va al cementerio, la parte de los perdedores situada detrás de los jugadores del equipo contrario. Desde allí debe tratar de dar a un sobreviviente: sólo así puede recuperar su vida.Cada movimiento cuenta. Cada balón al aire es una oportunidad o una condena. 


Pero jugar de mayor pierde sentido porque se relativizan las normas. Uno inventa reglas nuevas, otro introduce excepciones y siempre está el compasivo que concede segundas oportunidades y porquerías del estilo porque lo importante, dicen, es reírse y pasar un buen rato sin desatender el gintonic. Nadie teme la petrificación en el momento en que el roce del balón te saca del mundo de los vivos.  

La cultura del patio es distinta. Sus miembros son inflexibles. Las normas, innegociables.

La próxima vez te pregunten si juegas ni lo intentes. Probablemente  no eres lo suficientemente serio como para jugarte la vida. 

martes, 24 de septiembre de 2013

Lluvia que no sabe llover


Al llegar a casa pose su cerebro en una bandeja de acero. Duerma a pierna suelta. Si se le cae saliva mejor. Sueñe con que puede volar marcha atrás; con que aprieta el gatillo antes que el malo o que se hace rico jugando al futbolín. Sea como sea déjese llevar.

Posar el cerebro es fundamental. La realidad o la substancia según la entendía Spinoza -aquello que existe por sí mismo- va a su aire. Avanza como el jamaicano que no necesita concentrarse en sus piernas para ser el más rápido. Usain Bolt no lo hace y del mismo modo el universo ha dejado de apoyarse en las palabras para concebirse a sí mismo.

El lenguaje está en estado de shock y por tanto nuestra dignidad humana. Uno se acuesta con una preocupación y a la mañana siguiente se levanta con un problema estructural que no sabe por dónde agarrar. La televisión no lo pone fácil. El otro día me enteré de que los chaparrones y las lloviznas ya no existen. Se los han llevado los hombres y mujeres del tiempo, que han acuñado el término de ‘lluvia que no sabe caer’ para enfatizar el estatus de la tormenta de verano de toda la vida o el clásico aguabobos. Y te lo sueltan así, a las diez de la noche, cuando te habías levantado la moral por saber instalar el ios 7 en el iphone y haber comprendido al fin qué quiere decir tu jefe cuando te pide un informe de ideas-fuerza pero con formato de resumen-ejecutivo.

Cuando no entiendes nada de lo que pasa a tu alrededor los coach , esos psicólogos arrepentidos de pasar por loqueros, recomiendan  hacer un registro interno para detectar la raíz del desasosiego vital.  Pero antes de que empieces, ahí estará La 1 para recordarte que te quedan siete millones de segundos de otoño por delante. Y tú, cafre, sin enterarte

Al menos la lluvia siempre caerá hacia abajo



viernes, 13 de septiembre de 2013

Felices pesadillas


El chantaje empieza siempre igual. Sigues la mano que te lleva por la escalera acaracolada. El primer túnel. Aquí no se ve nada. Hay que seguir avanzando. Llegas al puente que desemboca en una sala de ladrillos apilados y vasos de plástico roídos. No hay ventanas. No hay luz. No hay gente. Pero qué hace toda esta mierda aquí.  Mejor no detenerse en nada. No mires.

Caminar, caminar. Otra sala: la luz natural entra por los cristales, qué curioso es una bóveda. Al menos corre el aire. Te tranquilizas y respiras tan hondo que con cada inhalación tu cuerpo se mueve. Arriba. Un poco más, vamos. Puedes volar.  Te recreas en tu nueva nave pero la adrenalina te estampa contra el cristal: parece que Superman no ha controlado la frenada.

Un cuerpo sobre el suelo.  Eres tú. Tienes las neuronas motrices bloqueadas y no te puedes mover. Tu cerebro -qué bien toparse con un amigo, piensas-  intenta espabilarte:  “¡Tienes que largarte de aquí!” “¡lárgate ya o no tendrás tiempo”!

¿Puedes? Felices pesadillas

jueves, 5 de septiembre de 2013

Joaquina

No había en ella una peca de humanidad. No la encontré en el verano que tuve que conocerla y tragarme sus desaires de bruja con diapasón.


Joaquina era pianista. Tal vez brillante, yo qué sé. Puede que lo fuera. El caso es que la escuché dos veces tocar con el gesto del oriundo que no entiende que ya ha sometido a la tierra y sólo tiene que amarla; que esperar pacientemente mientras crecen el maíz y las primeras mieses.

Ni un cuerno. A Joaquina le perdía el ansia por dominar la naturaleza hasta lograr su genuflexión. Era la terrateniente de un piano de teclas tristes al que le sacaba las sonatas a puños ¡Qué momentos junto a ese oso aturdido agonizando en una sala de siete metros! No he encontrado una metáfora mejor de la resignación


Cuando caí en manos de Joaquina tenía once años. Tal vez doce, pero eran unos doce infantilones, de camisa de cuadros, vaqueros y de playeras de verano.


A las once en punto llegaba a su casa. Me esforzaba, claro que lo hacía. En cada clase daba lo mejor de mí, la mayor apertura de mano que me permitían las falanges pero siempre le parecía poco. Tenía una alumna poco desarrollada ¡qué contrariedad!


Una mañana pensé en pedirle un vaso de agua porque el Minué no estaba funcionando. Recuerdo su aliento detrás de mis orejas a punto de rugir. Busqué un gesto cómplice. Señora, un vaso de agua, por favor. Podría darme un vaso de agua…


Comprendí que el osezno en cautiverio era yo.



martes, 3 de septiembre de 2013

Siete días


Día I

El cinco de febrero de 1997 tomó una decisión. No volver a pisar las rayas del suelo, es decir, las marcas de las juntas del azulejado como las que había en la cocina de su casa. Anotó su propósito en un papelito que encontró en el bolsillo de la americana y lo metió allí de nuevo.

Día II

Qué idiota. Se había pasado toda la tarde pisando las rayas del suelo del salón sin caer en la cuenta de que las tablas de madera también forman una especie de cableado sin cables cuando se pegan unas a otras. Echó mano del papel guardado en la chaqueta y lo anotó. Tampoco se pueden pisar las rayas que forman dos tablones unidos.

Día III

El seis de febrero se despertó tarde. De mal humor. Qué les pasa a los interruptores. Cuando no hay luz algunos se mantienen para abajo pero otros están hacia arriba aun cuando no llega la corriente. El funcionamiento no respondía a una lógica así que los quitó. Jamás volvería a utilizarlos. Los interruptores no sirven. Lo escribió en el trozo de papel.

Día IV

A oscuras. Desde la cinco de la tarde no pudo ver nada. Se perdió su programa favorito. Un domingo de mierda.


Día V

El ocho de febrero pensó en acercarse al Café de Mayte. Desayunaría dos buenos cruasanes con mantequilla, unos huevos revueltos y zumo.

Día VI

Qué demonios le había pasado ayer. No se acuerda de nada. La última imagen en su cabeza son esos diminutos azulejos en forma de rombos y los ojos de la camarera. Mayte. Lloraba

Día VII

Está tumbado en una cama (pero en cuál). El papel. Busca ese papel doblado en el bolso de la chaqueta. Lo mira. Lo extiende y lee: prohibido ver a Mayte. 2 de mayo de 1996




jueves, 29 de agosto de 2013

La vuelta del canario

Mi vecino es un canario. No me refiero a que provenga de la isla, sino al pajarito que se puso tan de moda entre las familias de los ochenta. Luego llegaron las tortugas de cinco centímetros, los peces abobados en agua turbia y las cisternas portadoras de seres vivos bien muertos.

Pero volvamos a los canarios. A mi vecino quiero decir. Es muy higiénico para las cosas de la casa. Por las mañanas suele dar vueltas por el salón. Desayuna. No se ducha porque prefiere ponerse a remojo por las noches y enseguida sale al balcón. Es cuando lo veo. Asoma su cabecita. Suave. Pequeña. Como un pegote de algodón. La gira. Vuelta y vuelta. Repite el movimiento, pero ahora observa con más detalle. El patio a la derecha, los edificios a la izquierda. Continúa con un giro inferior: el garaje que pronto se quedará vacío. Le sigue un volteo del cuerpo hacia arriba: el cielo. Azul celeste.

Minutos después se mete para dentro y se asoma por las ventanas del otro lado de la jaula. Me lo imagino haciendo equilibrio sobre las cuerdas del tendal, cerrando los ojos huecos ante el primer aire fresco que llega en agosto a Madrid. 

Recreación sobre photaki.com.


El canario apenas coge el ascensor. Opta por dar saltos por la escalera. A veces se detiene en los descansillos temeroso de salir a la calle y abandonar los treinta metros cuadrados donde tiene fijado el comedero.  

El lunes le vi por primera vez después de las vacaciones. Le noté cambiado. Quizá tenía ganas de hablar pero no no dijo nada. Me miró y levantó rápidamente el vuelo para casa.

Voló….

Quizá el próximo verano avance algún peldaño en la cadena de la evolución humana

lunes, 29 de julio de 2013

Intermediarios


Se buscan responsables. Ya nadie quiere serlo. La inacción – o el febril escaqueo si lo quieres llevar para regalo- es la varicela del adulto. Un mal vírico que te asalta al hacerte mayor  y que se queda para siempre en forma de pústulas blandas, granos de miseria con el don de la locuacidad.  

Ocurre así desde que podemos silenciar el móvil. Desde que con un botón enviamos un mensaje corto para no quedar del todo mal con un amigo nescafé cualquiera. Desde que nos comportamos como decimos que no somos. La espontaneidad murió el día en que se inventó el modo vibratorio, esa dosis justa de estruendo
que te hace incluso sentirte cómodo si decides pasar página y seguir a solas con tu conciencia.


La tecnología de banda ancha nos ha dado todo a cambio de no mojarnos en nada y, como premio,  permite  que esculpamos nuestras vidas colgando  fotos de Instagram que hablan de cielos del color del catálogo de Ikea y de amaneceres únicos, como si alguna vez hubiese habido dos iguales.

Pero no siempre ha sido así. Hubo un tiempo –meses o años, según para quién- en el que siempre se cogía el teléfono. En mi casa que sonara el cacharro ése era todo un acontecimiento. Y descolgarlo una misión importante porque te convertía en paloma mensajera o en la telefonista eficiente.

“Ah, cuánto tiempo […] déjalo en mis manos. Tienes mi palabra. Nos vemos la próxima semana”.  

Directo. Sin buzones de voz. Sin intermediarios

martes, 23 de julio de 2013

¿Te podemos llamar Kenia?

En España no se toma agua con gas, mucho menos se pide. No se alquila porque lleva implícito tirar billetes de cien euros por la ventana y los niños están fichados por el móvil porque los padres son 2.0

Sólo un loco deja la silla del curro antes de las nueve. El porte es lo que la cáscara al huevo: si lo rompes te expones a que encuentren más clara que yema. 

El aire adquiere la categoría de acondicionado  si consigue frenar el riego sanguíneo y la tele se enciende todas las tardes para ver cómo se aparean los leones y las leonas de La 2. Lo dicen las encuestas.

Los calcetines se enrollan como una bolita en el cajón. Comer sin pan es hacer el bobo y el reciclaje está sobrevalorado: en el vertedero acaba todo junto, las sardinas al lado de los tarros de espárragos y el tambor de la lavadora




 
España es  de sus cosas. De sus nombres. De MaricármenesLeonores. De Manolos y Antonios con concesiones puntuales a cócteles tipo Kevin Jesús para mayor gloria de la mofa colectiva. 

Lo nuevo se absorbe si entra con pajita. Si no, simplemente hay que cambiarlo. De hecho se cambia

"Tienes un nombre muy difícil de pronunciar y  puesto que eres negra te llamaremos Kenia en la oficina. ¿Te podemos llamar así verdad?  

Gracias, Kenia".

Lo creamos o no hay más de una manera de doblar un calcetín



miércoles, 17 de julio de 2013

Coaching concentrado (III)


No te fíes de quienes ven el vaso siempre -siempre, siempre- vacío. Su organismo está viciado y se atragantan nada más probar la primera gota.

jueves, 11 de julio de 2013

Barrigas


Las barrigas son confesionarios de pecados mortales que asoman entre los botones bajos de la camisa, cúmulos de triglicéridos que se quedaron contigo cuando te dejó tirado la resaca. 

Las barrigas dicen lo que las manos callan.  A menudo malviven en tierra de nadie, una castilla entera entre el aro del pecho y la paraíso pélvico pérdido. Barrigas tiernas y barrigas doblegadas por la tiranía del cinturón.

Amamos las barrigas sin perímetro porque pitan gol en las buenas rachas. 


viernes, 5 de julio de 2013

Púrpura senil



Amalio es flaco. Tiene la columna corta. Las piernas blancas como leche de burra y la nariz llena de poros.

Suele llevar unas Nike y pantalón de tergal verde bosque que combina con camisas discretas de raya marcada y por debajo del codo.

Es un figurín. Un hombre concentrado en un metro sesenta de andares simpáticos y mirada miel. Es de ducha alterna;los martes y los jueves se asea por regiones y deja para el fin de semana el lavado de ciclo largo.

Pero lo que más me sorprende es que Amalio cambia de color. La mayoría del tiempo es violáceo. En invierno se vuelve agranatado y en los cambios de estación varía del rosa palo al rojo subido.

Creo que lo lleva bien. No le he visto echar juramentos mirando al cielo y a decir verdad no le pega ser de los que se llevan las manos a la cabeza por parecer hoy un chicle, mañana una granadina madura. El espejo es un reflejo de lo que uno quiere ver. Y la única réplica que busca Amalio es saber si toca pasarse la afeitadora.

Así que Amalio pasa. Marcha por el mundo indiferente, ajeno a la paleta de colores de su rostro. Constitiuye la versión más cercana que jamás he conocido de Gregorio Samsa. Sólo que el personaje de Kafka era un escarabajo común y Amalio, mi Amalio, un referente clínico de la púrpura senil. 

jueves, 4 de julio de 2013

Eme



Eme se casa.

Y quién es él.

Da igual. Lo importante es la novia y sus mariposas estomacales. Cientos de ellas.   

Sellarán sus papeles y luego reirán a solas o tomarán cerveza con  pepitas premium de chocolate Cadbury. En vaqueros y con converse, probablemente. Quizá haya una foto por wasap, quizá un grito de alivio desde la atalaya del Strastosphere.

Quizá todo, quizá nada.




lunes, 1 de julio de 2013

Middelharnis



Acercarse a Middelharnis es notar un pellizco en el pulmón. No hay motos en Middelharnis. No hay voces por encima de otras y no hay jadeos a primera hora de la mañana y en general a ninguna hora, porque en verdad en Middelharnis no existe el tiempo.

Las cosas simplemente permanecen. Permanecen las casas de tejados de dos aguas, las puertas de colores con el nombre familiar y el coche -ni grande ni pequeño ni sucio ni limpio- en el jardín de la entrada. 


Permanecen las bicis sin candado, los tulipanes alineados en las ventanas, las ventanas con las cortinas abiertas y detrás de las cortinas el salón compartido sin pudor de algún habitante de Middelharnis.

En Middleharnis se comparte el desayuno en batín con la calle del vecindario. La tinta de los periódicos, las fotos de unas vacaciones en Catalonia y hasta las risas de los niños, que podrían ser las de cualquier otro.


Salir de Middelharnis es ver cómo explota el globo sin que se pueda retener el aire.

miércoles, 26 de junio de 2013

martes, 25 de junio de 2013

jueves, 20 de junio de 2013

El 10%

El 90% de la personas pasan por delante de tus narices y ni te inmutas. Pero el 10% se quedan

Dónde.

En la pupila. En eso que los cursis llaman el álbum de la memoria. Se quedan debajo de las uñas. En el cuero cabelludo. En la solapa de la americana negra. En el salpicadero del coche. En el platillo donde dejas las llaves al llegar a casa. En la mesita, en la esponja. En los macarrones con tomate del domingo.

A veces se quedan de más como el trozo crudo y feo del plato. O se quedan de menos y permanecen un instante, un burbujeo.  Ese 10% va contigo siempre en el bolso del pantalón vaquero.

martes, 18 de junio de 2013

El cuento de Árbol Higo

Árbol Higo está ahí fuera esperando a que crezcan sus hijos, descendientes genéticamente exactos de lo que él fue algún día. Es así desde hace muchos años. Desde que conoció a Higuera en el jardín de casa.

 
¿Existe algo mejor que sentir el ambiente humeante las veinticuatro horas?  Para Árbol Higo sí. La convicción de que Higuera no se largará con algún amante.

En cierta ocasión lo hizo y del disgusto a Árbol Higo se le cayeron las hojas. Después de una semana ya solo le quedaban unas pocas ramas con las que asir a su amada, rendida ante aquel veneno de astro.

Higuera enloqueció. Deseaba lamer el cielo donde el sol la esperaba.  Entonces comenzó a crecer y a crecer. Lo hizo cada día. Cada noche. Hasta que la protuberancia de su silueta llegó a ser extrema. Las raíces se dilataron, se le disparó la savia y allí mismo echó los frutos de su vientre. Al aire.

Los trece higos murieron en el acto asfixiados por la luz cegadora.  De eso hace ya muchos años pero todas las primaveras, cuando la brisa al fin se templa, Árbol Higo se abandona a la melancolía. Sólo le queda el consuelo de que una mano salvadora se lleve a sus crías y los convierta en mermelada.



jueves, 13 de junio de 2013

Antonio de G



Cuando conocí a Anotonio de G no le di importancia hasta que caí en la cuenta, claro, de que Antonio de G no era el Antonio de siete letras que a simple vista aparentaba.

Antonio de G masticaba las palabras de una forma peculiar. Diferente. Y sólo cuando el bolo alimenticio estaba bien triturado lo dejaba rodar por la mesa para que el resto nos hartáramos con el banquete de sílabas certeras.

Antonio de G no hablaba, contaba. Contaba historias, contaba números, contaba entresijos de las hechuras de la Administración y contaba también cuando callaba.




- "Esto.... ayer vimos al ministro en televisión. La entrevista, muy combativa. ¿Qué te pareció?"

En la sala, un portavoz espontáneo:

-"Estuvo muy bien. Luis de G intervino con la independencia que da no estar en política"

Antonio de G asintió, giró la sonrisa y volvió a reencontrarse con sus palabras.


martes, 11 de junio de 2013

El ser del que nunca sabré su nombre


No sé cómo he llegado aquí. Hace un rato -media hora, tal vez- estaba arrastrando los pies por el falso verano y de pronto tuve un espasmo, un latigazo que me recorrió desde el cerebelo hasta los pulgares de los pies.

"Qué mala suerte: pensaba que la panadería estaba aquí...". Y no estaba. Estaban las aceras, las farolas, tiendas que reconocía, pero no la panadería de dos metros y medio acristalada como una acogedora pecera.

Volví sobre mis pasos, repetí el recorrido y sólo me encontré a mí. "Aquí estoy yo, pero...dónde está la dichosa panadería". Me pareció una jugarreta increíble. "Universo,  ¿me escuchas? Tengo prisa. Que acabe el juego ".


Cerré los ojos para quitarme la calima urbana. Di una vuelta más y tras pensarlo entré en aquel lugar y me la jugué:  "Una barra integral, por favor".

"Badla integral, xincuenta xentimos, glacias", me respondió ese ser del que nunca sabré su nombre.

lunes, 10 de junio de 2013

El día de los perros

El día de los perros comienza muy temprano. Aún no ha mudado la luz púrpura cuando Engracia anda dando vueltas por la casa, incómoda, en su camisón de franela y las zapatillas de pompón para disimular el garbanzo negro que le ha crecido a su meñique.
Detrás de la pared Esperanza coge una taza de café y se sienta frente a la lavadora. El olor a marsella es su preferido, así que no duda en echar otro cacito más al tambor. Se deja caer en la silla y calla. Se concentra. Escucha. Pom, pom. Las primeras vibraciones. Comienza el espectáculo de agua y espuma.
En el piso de arriba Violeta se lame a esa hora la mermelada de las manos y chupetea la  gota de leche que se le escurre por la comisura izquierda del labio.  Nicolás, su marido, no dice ni mu.
Cuando tienen ventiladas las casas, las tres cierran las ventanas y no vuelvo a saber de ellas hasta que los perros comienzan a ladrar. Entonces, amarran a esos lobos de patas cortas y  bajan a la calle cuando las farolas han dado el toque de queda.

Veo primero al cocker que huele a colada blanca. El canino tira de su dueña para dar la vuelta al ruedo, la misma del otro domingo. Con más retraso de lo normal, los trillizos terrier de Esperanza y la perrita sin raza de Violeta se unen al paseo sobre baldosa.
Nicolás las observa. Por un momento duda de quiénes son esas figuras dobladas: “Como brujas”, susurra desde la alcoba. Y se recoge en la cama para dormir el día de los perros.

viernes, 7 de junio de 2013

La polilla que se alimentaba con la pantalla del Iphone

Tengo los párpados hinchados como un sapo sediento y si el ordenador no deja de emitir luz me acabaré convirtiendo en una polilla adicta a los fluorescentes. 



Al salir de aquí tendría que pararme en cada coche para buscar líquido dorado con el que alimentarme. Me posaría sobre todas las farolas con la necesidad de tumbarme al calor de alguna bombilla. El golpe más duro sería al llegar a casa. Horror. Todos los dispositivos son de bajo consumo y mis pequeñas aletas se tendrían que contentar con una temperatura de treinta grados, añorando la exposición casi solar de los neones de los bares que dejé a mi paso, un chute de los buenos.  

Aletearía por toda la casa. Aquí y allá en búsqueda del extraño oxígeno. Pero los vecinos duermen. No hay grillos que me hagan compañía. Las televisiones están mudas y los transistores digitales son insípidamente translúcidos para una polilla. 

Qué hacer entonces. Adónde mirar. Las estrellas arden sobre el edredón del cielo y me tumbo. Abro y cierro los párpados.

Una vez. Otra más. Y entonces, aparecería ella, pequeña, comedida, chica...15 vatios en la pantalla de mi Iphone para la felicidad.

lunes, 3 de junio de 2013

Las hermanastras

Euforia es hermanastra de Ansiedad. Hoy las he visto a las dos cogidas por el brazo. La primera llevaba tacón alto, un fular anudado al cuello y una falda vaporosa engullida a ratos por el viento. Euforia tiene nombre de perfume. Es caprichosa y voluble. Una sobredosis de éxtasis que no soporta las figuras de porcelana ni el mantel de los domingos.


A Euforia le gusta desafiar el aullido del mar  y quedarse tumbada en la hierba. Euforia bebe. Euforia come y se come el mundo, aunque a veces el sobre esfuerzo le hace sangrar entre los dientes.

Euforia busca la luz. Seduce a los infiernos y ella misma se hace demonio rojo. Corre sin saber a dónDE.

Cuando Ansiedad la ve, le lleva la cabeza a su regazo. "Duérmete".

La noche se alarga.

jueves, 30 de mayo de 2013

Le robaron el nombre

30/05/2013

Le debieron de robar el nombre al poco de nacer. Pero Patro sabe que ella al principio fue Patricia. De eso hace muchos años. Al poco de caer de la cuna la vida le fue acortando el nombre en cada curva hasta quedar reducido al apodo tonto. Al apodo absurbo. Al rótulo triste de una gasolinera sin tarjeta de puntos oro.

Todas las tardes siento a Patro moverse por aquí. Tararea bajito mientras le susurra a la fregona los zurcidos  para el uniforme o el turno que se le pasó al otro martes en la carnicería.

"Las mujeres siempre estamos de acá para allá y claro eso es lo difícil, estar en todo. Yo aprovecho los fines de semana para ir al mercao ¿sabes? Y por semana le pongo a Antonio una nota con alguna cosa y le acompaña mi hija la mayor, porque si no va la hija...La mayor."

Y lo deja estar. Tira el agua del cubo por el retrete y se rehace la coleta para salir a la calle. Tal vez en busca de una curva que le devuelva el nombre y se lleve la lejía.  

lunes, 27 de mayo de 2013

La madre de Pati

27/05/2013

Fue lo que más me gustó de esa tarde. Tenía seis años y me ruboricé al ver a una mujer tan guapa. No había visto muchas así. Caminaba por su casa como descalza, levitando sobre unas bailarinas veige rematadas con un cordón azul. Llevaba una falda recta que le resaltaba la cintura y una camisa que no podría definir. Sólo sé que se le intuían sus brazos delgados, largos bajo esa gasa ligera con efecto hipnotizante.

Su pelo era trigo recogido en una coleta. Sólo algún mechón indómito amenazaba con desestabilizar su mirada a mar abierto.  

No recuerdo si jugamos con las barbies o si intercambiamos cromos con ansiedad. Pero recuerdo a la madre de Pati

martes, 21 de mayo de 2013

Tomas sin acento

21/05/2013

Se llamaba Tomas. Tomas sin acento. Cuando le conocí tenía los ojos cerrados. Dormía lento. Tomas no hacía ruido. No apretaba los dientes y tampoco apoyaba la cabeza en el respaldo de la furgoneta que va tomando pasajeros por la carretera que une la misteriosa Tulum con los puestos callejeros de Playa del Carmen.
 Era un hombre mayor, pero no un anciano, de manos pequeñas y dedos gruesos. Imaginé que trabajaba de jardinero o quizá manteniendo las piscinas de los turistas de la zona. Tomas volaba en su respiración con la boca entreabierta y el pecho elevado, como quien está a punto de comenzar a decir algo. 

Pero no lo hizo. Pasamos el bar de comidas de  Oscar y Lalo, el Delphinarium, las casas de paja frente al hotel Barceló y, entonces, cuarenta minutos después, los surcos de su cara comenzaron a desperezarse. Se le encendieron las canicas de los ojos, agua pura sobre su piel seca. 

Había llegado a casa. 

viernes, 3 de mayo de 2013

Brea

3/05/2013

Detesto la profundidad del verano y mucho más sus connotaciones. Entre junio y agosto la humanidad agacha la cabeza mientras intenta ir tirando con los mofletes de muslos y brazos portados en un juego extraño de equlibrio.

En Madrid el cielo se desploma sobre el asfalto y la brea emerge como el volcán mudo que todo lo engulle. También el cerebro

Pero las náuseas llegan antes. En el momento de enfundarse esa ropa interior de goma o silicona plastificada, igual da; las hay de los dos tipos. Este miércoles volvió a mí esa sensación. Frente al espejo, presentía el patinazo. Imposible poner orden entre todas aquellas adiposidades. 

Con las manos intenté recortar todo el tejido sobrante y soldar algún que otro hueso impertinente. Luego lo zurcí todo despacio. No había prisa.

Cuando terminé volví a mirarme en el espejo. Sólo quedaba lo bello. Los lunares a juego con el bikini

sábado, 27 de abril de 2013

Adela

26/04/2013


Algo ocurría al llegar a esa casa. Llamábamos a trompazos a la puerta porque el picaporte, esa mano de hierro que machacaba la madera con cada golpe, era una invitación al ruido inconsciente, al jaleo primitivo que se vuelve llama en el corazón. 

-"Adelaaa, Adelaaaaa". 

Y antes del tercer grito, ya aparecía Adela. Con los ojos más alegres que probablemente veré nunca y los brazos sueltos, al aire. Libre. A ella le gustaba ir así. Con la falda a ras de las rodillas  blancas, algo jadeantes,  y una camisa fina sin más telares...para qué más. 

Enseguida íbamos a la salita y nos llenaba los bolsillos con alguna chuchería. Adela era de colores, como sus bombones de celofán. Era naranja enérgico. Era azul  y era verde. Era rosa y era sangre . Era también amarillo, pero no tragaba con el morado, morado no: "Es triste el morado..."

Lo triste, lejos. Ella, la ebullición. 

martes, 23 de abril de 2013

Entre medias

23/04/2013

He dormido a trozos. Mucho al principio un poco al final y...nada entre medias.

En el rato entre medias he bebido agua y comido seis ciruelas pasas. Hay un vecino al que le suena la alarma a las 4.30 de la mañana. Tiene una de esas alarmas de los móviles antiguos, una chicharra que me ha recordado a los exámenes finales de COU

 ¡4.30! ¿A qué se dedicará?

martes, 16 de abril de 2013

tíos con mechas


16/04/2013

la sala de la 4ª era esta mañana una demostración de tupperwares multiusos:

"-Rosa o azul
-Cuadrado para el pollo o redondo para el puré..

-...Me llevo el kit completo o compro el resto mañana. Qué me dirá F..

-A F. no le gustan los trastos, me lo tiene dicho, pero es que son tan pequeñitos...tan monos. Y prácticos"

-..La de al lado se lleva más. Se lleva dos tupper extra para el congelador.

-Ay, no. A mí esos no,  que yo no como cosas congeladas..

-..Suspiro por el de tapa verde. Verde hace juego con la cocina y las botas nuevas de Pablito. Podría llevarlo al cole con el uniforme

-No sé, no sé...Sí sírvame un poquito más de café. Sin leche. Bueno, desnatada. Mejor no.Un té al limón y uno de esos bollos.

-Qué indecisión. Mejor le pregunto a F. Sí: lo  que diga F"

Y ahí estábamos nosotras dos. Con ese pelotón de falsos tíos con mandil de putita y las mechas recién puestas, adoptando cada uno de los típicos tópicos asociados por convención a la psique femenina

¿Y ahora qué?no hay marcha atrás porque sus neuronas han cambiado.

Igual en la próxima Ley de Igualdad pillan algo. Mucha suerte

viernes, 12 de abril de 2013

Supervivencia

12/04/2014

Cuando la naturaleza se pone terca te dan ganas de escupirle en toda la cara.

Siempre he tenido las nalgas apoyadas en hierba húmeda y el subconsciente alerta porque en cualquier momento llegaría la tiritona. Donde yo nací  aprendes antes lo que es una cistitis que a ordenar las vocales. Los niños se crían en humedales y si nada lo evita se les pone cara de berza. De berza fresca, pero verdura al fin y al cabo.

Cómo fastidiaba ir a jugar al balón; acababa siempre en babas de agua pero a la profesora de gimnasia tres narices le importaba. "Tienes manos de mantequilla! ". Ya, claro.


El Domingo de Ramos todos esperábamos estrenar ropa y al final echabas de menos los zapatos de cordones del colegio para poder vivir con pies calientes la grandeza de la entrada del Señor en Jerusalén.

El ser humano es acuoso en general pero en le norte se vive de una forma diferente; la humedad se integra en forma de vaho en las ventanas de las casas y genera una obsesión por regalar y recibir paraguas.

Así las cosas vuelvo a la frase del principio. La crueldad de la naturaleza porque ¿qué necesidad tenía yo de ser alérgica al ambiente humoso?

Pero uno intenta portarse bien y entender al Universo. Hacerle la reverencia. Y entonces ocurr.  Patada en la carne fría del trasero al intentar, con inocencia primaria, resolver los 'achises' y el malestar con un buen chute de vitaminas.

La cara enrojecida. El espíritu de superviviencia por el suelo.