La diferencia entre respirar y no respirar es una cuestión de matiz. Una línea discreta como el bajo del pantalón. El dobladillo es nuestra metáfora terrenal del suspiro súbito, del segundo de tiempo enviado desde el inframundo por la diosa Medusa para convertirte en piedra.
Nadie llega a la pubertad sin haberlo experimentado. ¿O alguien no ha jugado alguna vez a balón prisionero?; la quema, lo llaman algunos. Vivos y muertos, en su versión más gótica. La matanza. El matador. A matar. El brilé de las clases de educación física y la bola de dan para los nipones.
Para empezar, se divide el campo rectangular por la mitad. La misión es golpear con la pelota a algún miembro del equipo adversario para eliminarlo. A quien le toca la bola se va al cementerio, la parte de los perdedores situada detrás de los jugadores del equipo contrario. Desde allí debe tratar de dar a un sobreviviente: sólo así puede recuperar su vida.Cada movimiento cuenta. Cada balón al aire es una oportunidad o una condena.
Pero jugar de mayor pierde sentido porque se relativizan las normas. Uno inventa reglas nuevas, otro introduce excepciones y siempre está el compasivo que concede segundas oportunidades y porquerías del estilo porque lo importante, dicen, es reírse y pasar un buen rato sin desatender el gintonic. Nadie teme la petrificación en el momento en que el roce del balón te saca del mundo de los vivos.
La cultura del patio es distinta. Sus miembros son inflexibles. Las normas, innegociables.
La próxima vez te pregunten si juegas ni lo intentes. Probablemente no eres lo suficientemente serio como para jugarte la vida.
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