Páginas

miércoles, 23 de octubre de 2013

Elío


Los días tontos siempre acaban bien. Es como si te bendijeran porque no esperas nada a cambio; porque simplemente estás ahí, con el jerséi de bolas del fin de semana tomando un mosto aquí un refresco allá, ni siquiera te matas por agarrar una mahou. Los días tontos son de deambular; de dar patadas a una piedra, de aparcar de libro como el primer día en la academia, es decir,  ajustando a tope para que las ruedas queden rectas. Los días tontos canturreas con el intermitente del coche. Te conviertes en espectador, en el jubilado curioso que se detiene en cada socavón que hacen en su calle. 

Miras, observas. Pasas

Los días tontos ocurren a veces entre cuatro baldosas, como le pasa a Elío, ese mogote de pelo gris que habita el adosado que le ha construido Manolo en la finca, por cierto, de su propio adosado. Elío sabe bien de qué van los días tontos. Unas hojas de tomate, una siesta con el sol de la una de mediodía, un pestañeo, otro… 

Miras, observas. Pasas


No hay comentarios:

Publicar un comentario