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viernes, 18 de septiembre de 2015

Coaching concentrado

“Prefiero hacer las cosas
sin permiso y luego pedir
perdón. No se puede
disfrazar la cobardía
con la prudencia”


Padre Ángel
Fundador Mensajeros de la Paz 

Chema Madof

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Ester y la fórmula magistral

Era una mujer ahumada. Un trazo provisto de cabeza crucificada con rizos marchitos. Todos los días Ester se ponía en pie a las 7.30 y apenas el agua había comenzado a correr libremente por sus poros saltaba de la ducha asqueada como un gato. No le gustaba el agua. Tampoco las corrientes de aire que comenzaban a formarse en septiembre. Un alivio para la mayoría de los vecinos del edificio que ella combatía con la potencia máxima de su secador de pelo. 

Pablo Picasso
Prefería caminar por baldosas yermas y estancias cerradas a cal y canto. En el barrio pronto dejaron de darle importancia al búnker en que había convertido la farmacia familiar. Claro que les resultaba extraño que la cruz verde jamás estuviera encendida o que se viesen en la obligación de llamar previamente para despachar cualquier receta. Pero se trataba de Ester. Ester Cano: la propietaria de la única farmacia de la comarca y la primogénita de Aurelio.  

Qué tenía que ver ella con el boticario de fórmulas magistrales que había sido su padre. Aparentemente, sóle les unía ese garabato de lunar sobre la mejilla izquierda. Algunos vecinos sostenían que ni tan siquiera compartían la misma sangre al haber sido concebida fuera del matrimonio. 
  
En cualquier caso Aurelio le dedicó cada hora del día con la paciencia propia de un jardinero empeñado en que trepen con firmeza sus buganvillas. De entre los tres hijos fue la elegida para continuar su carrera. Le enseñó las recetas básicas para fabricar aguas oxigendas, desinfectantes y colirios. También las fórmulas anticatarrales y los bálsamos de urea tan aclamados entre las villas colindantes. Lecciones impartidas en más de veinte años juntos. 

Xabier Nájera

Al día siguiente de su jubilación encontraron a Aurelio muerto en la cama con una sonrisa particularmente dulce. Para cuando llegó el forense, hacía varias horas que Ester había abandonado la casa. La vieron marcharse en el primer autobús de la mañana hacia Barcelona con una maleta y un sombrero en la mano. Pasó los primeros diez kilómetros evitando la respiración y con los ojos cerrados. Entonces pudo relajar los hombros, abrir el cuaderno en su regazo y comenzar a escribir la primera página de su obra: "Fórmula magistral para una muerte indolora. Por Ester Cano"