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miércoles, 26 de junio de 2013

martes, 25 de junio de 2013

jueves, 20 de junio de 2013

El 10%

El 90% de la personas pasan por delante de tus narices y ni te inmutas. Pero el 10% se quedan

Dónde.

En la pupila. En eso que los cursis llaman el álbum de la memoria. Se quedan debajo de las uñas. En el cuero cabelludo. En la solapa de la americana negra. En el salpicadero del coche. En el platillo donde dejas las llaves al llegar a casa. En la mesita, en la esponja. En los macarrones con tomate del domingo.

A veces se quedan de más como el trozo crudo y feo del plato. O se quedan de menos y permanecen un instante, un burbujeo.  Ese 10% va contigo siempre en el bolso del pantalón vaquero.

martes, 18 de junio de 2013

El cuento de Árbol Higo

Árbol Higo está ahí fuera esperando a que crezcan sus hijos, descendientes genéticamente exactos de lo que él fue algún día. Es así desde hace muchos años. Desde que conoció a Higuera en el jardín de casa.

 
¿Existe algo mejor que sentir el ambiente humeante las veinticuatro horas?  Para Árbol Higo sí. La convicción de que Higuera no se largará con algún amante.

En cierta ocasión lo hizo y del disgusto a Árbol Higo se le cayeron las hojas. Después de una semana ya solo le quedaban unas pocas ramas con las que asir a su amada, rendida ante aquel veneno de astro.

Higuera enloqueció. Deseaba lamer el cielo donde el sol la esperaba.  Entonces comenzó a crecer y a crecer. Lo hizo cada día. Cada noche. Hasta que la protuberancia de su silueta llegó a ser extrema. Las raíces se dilataron, se le disparó la savia y allí mismo echó los frutos de su vientre. Al aire.

Los trece higos murieron en el acto asfixiados por la luz cegadora.  De eso hace ya muchos años pero todas las primaveras, cuando la brisa al fin se templa, Árbol Higo se abandona a la melancolía. Sólo le queda el consuelo de que una mano salvadora se lleve a sus crías y los convierta en mermelada.



jueves, 13 de junio de 2013

Antonio de G



Cuando conocí a Anotonio de G no le di importancia hasta que caí en la cuenta, claro, de que Antonio de G no era el Antonio de siete letras que a simple vista aparentaba.

Antonio de G masticaba las palabras de una forma peculiar. Diferente. Y sólo cuando el bolo alimenticio estaba bien triturado lo dejaba rodar por la mesa para que el resto nos hartáramos con el banquete de sílabas certeras.

Antonio de G no hablaba, contaba. Contaba historias, contaba números, contaba entresijos de las hechuras de la Administración y contaba también cuando callaba.




- "Esto.... ayer vimos al ministro en televisión. La entrevista, muy combativa. ¿Qué te pareció?"

En la sala, un portavoz espontáneo:

-"Estuvo muy bien. Luis de G intervino con la independencia que da no estar en política"

Antonio de G asintió, giró la sonrisa y volvió a reencontrarse con sus palabras.


martes, 11 de junio de 2013

El ser del que nunca sabré su nombre


No sé cómo he llegado aquí. Hace un rato -media hora, tal vez- estaba arrastrando los pies por el falso verano y de pronto tuve un espasmo, un latigazo que me recorrió desde el cerebelo hasta los pulgares de los pies.

"Qué mala suerte: pensaba que la panadería estaba aquí...". Y no estaba. Estaban las aceras, las farolas, tiendas que reconocía, pero no la panadería de dos metros y medio acristalada como una acogedora pecera.

Volví sobre mis pasos, repetí el recorrido y sólo me encontré a mí. "Aquí estoy yo, pero...dónde está la dichosa panadería". Me pareció una jugarreta increíble. "Universo,  ¿me escuchas? Tengo prisa. Que acabe el juego ".


Cerré los ojos para quitarme la calima urbana. Di una vuelta más y tras pensarlo entré en aquel lugar y me la jugué:  "Una barra integral, por favor".

"Badla integral, xincuenta xentimos, glacias", me respondió ese ser del que nunca sabré su nombre.

lunes, 10 de junio de 2013

El día de los perros

El día de los perros comienza muy temprano. Aún no ha mudado la luz púrpura cuando Engracia anda dando vueltas por la casa, incómoda, en su camisón de franela y las zapatillas de pompón para disimular el garbanzo negro que le ha crecido a su meñique.
Detrás de la pared Esperanza coge una taza de café y se sienta frente a la lavadora. El olor a marsella es su preferido, así que no duda en echar otro cacito más al tambor. Se deja caer en la silla y calla. Se concentra. Escucha. Pom, pom. Las primeras vibraciones. Comienza el espectáculo de agua y espuma.
En el piso de arriba Violeta se lame a esa hora la mermelada de las manos y chupetea la  gota de leche que se le escurre por la comisura izquierda del labio.  Nicolás, su marido, no dice ni mu.
Cuando tienen ventiladas las casas, las tres cierran las ventanas y no vuelvo a saber de ellas hasta que los perros comienzan a ladrar. Entonces, amarran a esos lobos de patas cortas y  bajan a la calle cuando las farolas han dado el toque de queda.

Veo primero al cocker que huele a colada blanca. El canino tira de su dueña para dar la vuelta al ruedo, la misma del otro domingo. Con más retraso de lo normal, los trillizos terrier de Esperanza y la perrita sin raza de Violeta se unen al paseo sobre baldosa.
Nicolás las observa. Por un momento duda de quiénes son esas figuras dobladas: “Como brujas”, susurra desde la alcoba. Y se recoge en la cama para dormir el día de los perros.

viernes, 7 de junio de 2013

La polilla que se alimentaba con la pantalla del Iphone

Tengo los párpados hinchados como un sapo sediento y si el ordenador no deja de emitir luz me acabaré convirtiendo en una polilla adicta a los fluorescentes. 



Al salir de aquí tendría que pararme en cada coche para buscar líquido dorado con el que alimentarme. Me posaría sobre todas las farolas con la necesidad de tumbarme al calor de alguna bombilla. El golpe más duro sería al llegar a casa. Horror. Todos los dispositivos son de bajo consumo y mis pequeñas aletas se tendrían que contentar con una temperatura de treinta grados, añorando la exposición casi solar de los neones de los bares que dejé a mi paso, un chute de los buenos.  

Aletearía por toda la casa. Aquí y allá en búsqueda del extraño oxígeno. Pero los vecinos duermen. No hay grillos que me hagan compañía. Las televisiones están mudas y los transistores digitales son insípidamente translúcidos para una polilla. 

Qué hacer entonces. Adónde mirar. Las estrellas arden sobre el edredón del cielo y me tumbo. Abro y cierro los párpados.

Una vez. Otra más. Y entonces, aparecería ella, pequeña, comedida, chica...15 vatios en la pantalla de mi Iphone para la felicidad.

lunes, 3 de junio de 2013

Las hermanastras

Euforia es hermanastra de Ansiedad. Hoy las he visto a las dos cogidas por el brazo. La primera llevaba tacón alto, un fular anudado al cuello y una falda vaporosa engullida a ratos por el viento. Euforia tiene nombre de perfume. Es caprichosa y voluble. Una sobredosis de éxtasis que no soporta las figuras de porcelana ni el mantel de los domingos.


A Euforia le gusta desafiar el aullido del mar  y quedarse tumbada en la hierba. Euforia bebe. Euforia come y se come el mundo, aunque a veces el sobre esfuerzo le hace sangrar entre los dientes.

Euforia busca la luz. Seduce a los infiernos y ella misma se hace demonio rojo. Corre sin saber a dónDE.

Cuando Ansiedad la ve, le lleva la cabeza a su regazo. "Duérmete".

La noche se alarga.