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viernes, 13 de septiembre de 2013

Felices pesadillas


El chantaje empieza siempre igual. Sigues la mano que te lleva por la escalera acaracolada. El primer túnel. Aquí no se ve nada. Hay que seguir avanzando. Llegas al puente que desemboca en una sala de ladrillos apilados y vasos de plástico roídos. No hay ventanas. No hay luz. No hay gente. Pero qué hace toda esta mierda aquí.  Mejor no detenerse en nada. No mires.

Caminar, caminar. Otra sala: la luz natural entra por los cristales, qué curioso es una bóveda. Al menos corre el aire. Te tranquilizas y respiras tan hondo que con cada inhalación tu cuerpo se mueve. Arriba. Un poco más, vamos. Puedes volar.  Te recreas en tu nueva nave pero la adrenalina te estampa contra el cristal: parece que Superman no ha controlado la frenada.

Un cuerpo sobre el suelo.  Eres tú. Tienes las neuronas motrices bloqueadas y no te puedes mover. Tu cerebro -qué bien toparse con un amigo, piensas-  intenta espabilarte:  “¡Tienes que largarte de aquí!” “¡lárgate ya o no tendrás tiempo”!

¿Puedes? Felices pesadillas

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