Día I
El cinco de febrero de 1997 tomó una decisión. No volver a pisar las rayas del suelo, es decir, las marcas de las juntas del azulejado como las que había en la cocina de su casa. Anotó su propósito en un papelito que encontró en el bolsillo de la americana y lo metió allí de nuevo.
Día II
Qué idiota. Se había pasado toda la tarde pisando las rayas del suelo del salón sin caer en la cuenta de que las tablas de madera también forman una especie de cableado sin cables cuando se pegan unas a otras. Echó mano del papel guardado en la chaqueta y lo anotó. Tampoco se pueden pisar las rayas que forman dos tablones unidos.
Día III
El seis de febrero se despertó tarde. De mal humor. Qué les pasa a los interruptores. Cuando no hay luz algunos se mantienen para abajo pero otros están hacia arriba aun cuando no llega la corriente. El funcionamiento no respondía a una lógica así que los quitó. Jamás volvería a utilizarlos. Los interruptores no sirven. Lo escribió en el trozo de papel.
Día IV
A oscuras. Desde la cinco de la tarde no pudo ver nada. Se perdió su programa favorito. Un domingo de mierda.
Día V
El ocho de febrero pensó en acercarse al Café de Mayte. Desayunaría dos buenos cruasanes con mantequilla, unos huevos revueltos y zumo.
Día VI
Qué demonios le había pasado ayer. No se acuerda de nada. La última imagen en su cabeza son esos diminutos azulejos en forma de rombos y los ojos de la camarera. Mayte. Lloraba
Día VII
Está tumbado en una cama (pero en cuál). El papel. Busca ese papel doblado en el bolso de la chaqueta. Lo mira. Lo extiende y lee: prohibido ver a Mayte. 2 de mayo de 1996
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