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viernes, 12 de abril de 2013

Supervivencia

12/04/2014

Cuando la naturaleza se pone terca te dan ganas de escupirle en toda la cara.

Siempre he tenido las nalgas apoyadas en hierba húmeda y el subconsciente alerta porque en cualquier momento llegaría la tiritona. Donde yo nací  aprendes antes lo que es una cistitis que a ordenar las vocales. Los niños se crían en humedales y si nada lo evita se les pone cara de berza. De berza fresca, pero verdura al fin y al cabo.

Cómo fastidiaba ir a jugar al balón; acababa siempre en babas de agua pero a la profesora de gimnasia tres narices le importaba. "Tienes manos de mantequilla! ". Ya, claro.


El Domingo de Ramos todos esperábamos estrenar ropa y al final echabas de menos los zapatos de cordones del colegio para poder vivir con pies calientes la grandeza de la entrada del Señor en Jerusalén.

El ser humano es acuoso en general pero en le norte se vive de una forma diferente; la humedad se integra en forma de vaho en las ventanas de las casas y genera una obsesión por regalar y recibir paraguas.

Así las cosas vuelvo a la frase del principio. La crueldad de la naturaleza porque ¿qué necesidad tenía yo de ser alérgica al ambiente humoso?

Pero uno intenta portarse bien y entender al Universo. Hacerle la reverencia. Y entonces ocurr.  Patada en la carne fría del trasero al intentar, con inocencia primaria, resolver los 'achises' y el malestar con un buen chute de vitaminas.

La cara enrojecida. El espíritu de superviviencia por el suelo.

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