3/05/2013
Detesto la profundidad del verano y mucho más sus connotaciones. Entre junio y agosto la humanidad agacha la cabeza mientras intenta ir tirando con los mofletes de muslos y brazos portados en un juego extraño de equlibrio.
En Madrid el cielo se desploma sobre el asfalto y la brea emerge como el volcán mudo que todo lo engulle. También el cerebro
Pero las náuseas llegan antes. En el momento de enfundarse esa ropa interior de goma o silicona plastificada, igual da; las hay de los dos tipos. Este miércoles volvió a mí esa sensación. Frente al espejo, presentía el patinazo. Imposible poner orden entre todas aquellas adiposidades.
Con las manos intenté recortar todo el tejido sobrante y soldar algún que otro hueso impertinente. Luego lo zurcí todo despacio. No había prisa.
Cuando terminé volví a mirarme en el espejo. Sólo quedaba lo bello. Los lunares a juego con el bikini
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