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viernes, 20 de mayo de 2016

Volviendo de la T4

Pizza o hamburguesa. Hamburguesa o pizza. Pizza. Hamburguesa. ¿Pizza? Pizza... Aprovechó la inercia de uno de los bostezos para coger el móvil y llamar al restaurante cutre que había al lado de su casa. Las azafatas parloteaban en la cola del avión así que lo hizo sin remordimiento: "Buenas noches. Quiero hacer un pedido. A la dirección de siempre. La ranchera. Tamaño familiar. Sí, doble de queso"


Egon Schiele
El avión aterrizó a la hora prevista como escoltado por una patrulla de ángeles. El bebé gordo de la segunda fila se había quedado dormido mientras sonaban las cuatro estaciones de Vivaldi. Un grupo de franceses comenzó a dar palmas. "Menuda canción de mierda". Le entró un carcajada estúpida al imaginarse al compositor descendiendo de entre las nubes mientras se acariciaba obstinado su cabellera pelirroja. "¡Bastaaa! Parad la reproducción. Me habéis jodido la vida. No cobro derechos de autor".


Los finales de los vuelos eran así. La mezcla de fatiga y cerveza le empujaban a chapotear entre palabras, ideas y recuerdos que creía enterrados en el fondo del mar. Sueltos no tenían sentido. Pero juntos hilvanaban una historia, un relato que le distraía el tiempo suficiente para llegar a casa.



"El desembarque se realizará por la puerta delantera. No olviden recoger sus objetos personales". Parece que Vivaldi había conseguido al fin detener la cinta.



A las 00.10 la T4 se asemejaba a un congelador donde habían ido a parar animales de diferentes nacionalidades.  "Adónde irá toda esta gente". Una familia de mejicanos corría en chancletas  hacia el otro extremo de la terminal para enganchar su siguiente vuelo. Dos suecos (¿o eran holandeses?) compartían una ensalada verde con más envoltorio que lechuga. Los franceses continuaban con la juerga de palmadas mientras un grupo de chinas preguntaba la hora de apertura de El Corte Inglés. El bebé se había cagado a gusto.


Comenzó a tararear aquella canción de Pablo Moto:



"Corazones rotos cruzando el control de seguridad
fingiendo estar tranquilos con cara de sospechosos.
No dicen nada en las pantallas de información
de los retrasos que ganamos al olvido.
Es el tiempo en este viaje la peor
arma de destrucción masiva..."



En cuanto se quitó de encima la última manada aceleró el paso. Si todo iba bien en menos de una hora estaría en casa descalzo y mordisqueando pizza. Se deslizó por las plataformas móviles con el abono del metro en mano para no perder más tiempo.


Diego Manuel (www.diegomanuel.com)
"Qué curioso no hay nadie aquí dentro". "Es casi la una de la madrugada. Y es lunes...Qué esperas", le reprochó una voz de su cabeza. No fue lo único que oyó. Apoyado en la ventana, con la cara pegada al cristal, algo gimoteaba.

"¿Estás sólo? ¿Dónde está tu mamá?", le preguntó a la cosa intuyendo lo que era.
"Ey chico te estoy hablando. ¿Qué haces aquí? ¿Dónde están tus padres?"

Perfecto. El bulto no parecía dispuesto a contestar. Le zarandeó con dureza. La presencia del niño, viciado en su respiración entre cortada, comenzaba a desbordarle: "¡Mírame, no ves qué estas solo!"

Tenía prisa, tenía hambre y lo último que necesitaba era enredarse con un extraño. Le cogió por la espalda para colgarle como un cuadro en el cristal. El niño insistía en apartar la mirada pero su cazador le agarró de las mejillas y cedió.  

 Se miraron. Se olieron y se reconocieron.  El adulto y el niño a solas con sus miedos.

Isidoro Moreno (www.isidoromoreno.com)









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