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martes, 6 de septiembre de 2016

El día que J. J Ludwig encontró su cerebro

El día que J.J Ludwig encontró su cerebro todos parecían aliviados. Catherine saltó de la silla donde tenía pegadas las nalgas desde hacía treinta y siete noches y bufó al cielo. Se apresuró a coger la cesta y fue repartiendo platos de postre y cucharitas por la sala.

Su primo Samuel le paró los pies al averiguar sus intenciones. "Debe de estar loca si piensa que vamos a comer ahora pastel de arándanos con nata". Su madre, que apenas podía articular palabras después del acontecimiento, recibió con una sonrisa hundida su trozo. La pobre Cathy había estado cuidando de su hermano todo este tiempo y eso significaba mucho. "Se merece un descanso y ésta es su manera de aliviarse". Til, perplejo ante la condescendencia maternal, prefirió marcharse a fumar un cigarro.

Julian Beever
Desde las profundidades de su batín azul, J.J Ludwig respiraba lento, a brazada larga. El tintineo de los platos le devolvió de pronto a la superficie. Ahí estaban todos. Cath se pavoneaba ahora por la sala mostrando la caída de su vestido nuevo.  Samuel no pudo contener la risa al ver a aquella mujerona soltarse la melena.

J. J Ludwig se contagió del ambiente festivo y comenzó a agitar las manos como un niño de parvulario. "Esta reacción no es propia de J. J", pensó su madre mientras pasaba la lengua por el plato para aprovechar los últimos restos de nata.

A partir de entonces muchas cosas iban a cambiar. La radiografía del doctor Shepherd no dejaba lugar a dudas. El cerebro de J. J Ludwig se había ido desplazando a través de su cuerpo hasta recabar en un pequeño hueco, un espacio minúsculo entre la cutícula y las falanges del dedo de su pie derecho.

"Con un cerebro del tamaño de una avellana, a qué se va a dedicar ahora. Su cabeza era su vida. Jamás podrá volver a trabajar en la City". Til se mordía el puño de pura impotencia. "Las aportaciones al plan de pensiones, la universidad de los chicos, la casa del lago, la cartera de clientes...Todo suspendido. Tanto empeño en construir algo para nada".

Ese día  J.J durmió en la casa de sus padres, entre las mismas sábanas que tantas noches había revuelto  construyendo, pieza a pieza, su vida de adulto. Pero esta vez la calculadora de planes futuros no estaba encendida. Su cabeza, lejos del pecho, le dejaba por una vez tranquilo.

A la mañana siguiente se despertó como un aspirador nuevo. Sin más ambición que la de salir de la caja y hacer ruido.

Julian Beever

















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