Sucedió ayer. En cuanto se despertó a eso de las 7 dio un brinco, aplastó el Iphone sin querer y rápidamente se metió en la ducha. Hacía tiempo que no jugaba a hacer peinados con la espuma y aunque le seducía la idea se le cruzó un rayo: “No es el día. Hoy tampoco”. Así que se limitó a la rutina de siempre. Un puñado de gel, chorro de agua y fuera.
Al acabar extendió la mano para enrollarse cuanto antes en el albornoz y ahí acabó todo. El día más corto de su vida duró exactamente tres minutos. Lo que tardó en resolver su dosis de higiene diaria y el desagüe, en tragársela. A M. la succionaron. La succionó la ducha y fue así, de repente. Ahora que lo pienso todos apuntan al desagüe, pero quizá sea darle una importancia que no tiene. Lo que sabemos es que no está, que la absorbieron o se resbaló ella sola.
Han pasado seis horas y no se escucha nada por ahí. Ni un gimoteo. Ni un “Ahh" raspado. Lo que importa es que M no está, claro que nos importa. “M., dónde está M”. Pero es prioritario acabar con la pregunta que martillea y hace herida: “Cómo ha sido, cómo sucedió, cómo, por dónde, cómo…” Se ha escurrido o la han escurrido, lo que sea, pero cómo. Cómo pasan 53 kilos de carne por el desagüe y nadie ve nada. Y no se nota nada porque no hay signos de que algo o alguien se haya tragado su carne en trocitos pequeños, como una albóndiga de carne picada. Tampoco hay indicios de que fueran grandes.
Quizá, quién dice que no, se quiso succionar. Quiero decir que deseó muy dentro de sí, muy muy por dentro y profundamente succionarse. Y lo hizo. Porque M. es muy de ir a por todas; de conseguir lo que se propone. Es así desde el colegio. No le importa el precio que haya que pagar o qué gigantes tenga que derrotar ni siquiera cuando intuye que son molinos de viento.
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