Le gusta hacer bailar la cuchara en el café aunque en realidad no tiene que revolver nada. Jamás se sirve azúcar ni sacarina. Y según el día tampoco ganas , pero el tintineo del metal le empuja a rasgar la placenta que la protege en casa.
Para A. el ruido de la taza a las ocho de la mañana es el hermano mayor que te aprieta la mano para cruzar la calle pero que no ahoga.
A veces llega volada a la oficina sin ser consciente de que no ha cambiado de marcha en todo el trayecto de autopista. A las nueve se presupone que está sentada pero a veces no termina allí. Antes de recorrer los diez kilómetros que la separan del trabajo se va. Flota hacia arriba sin pensarlo. Se eleva metro a metro, al principio muy despacio. Cuando todo empieza sube lento como si no quiesiera subir del todo pero al rato ya sólo se ve unos pies colgando y A. se deja elevar como un globo de helio que no sabe adónde va, no tiene por qué saberlo.
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