El día en que se convirtió en punto se sintió
extraña. Al principio sólo podía reír. Todo aquello era absurdo: de repente no
tenía piernas; no tenía codos; no tenía nuca ...¡no era nada! Había mudado la
piel en un ente vagamente dimensional estampado en un folio cualquiera de su
mesa. "Soy un punto", se dijo para intentar creérselo. "Soy un
puto signo de ortografía, una bola negra milimétrica, un pegote”.
Pasaron las horas y dejó de sentir el torrente de
sangre que normalmente envolvía su dedo gordo. La respiración se hizo cada
más lenta, más profunda. Sintió angustia. Pavor y después frío. Era lo más
cerca que había estado del miedo. Con el siguiente latigazo se hizo consciente
de su diminuta superficie y se imaginó qué aspecto tendría desde fuera. Qué
ocurriría si alguien cogiese ese folio y se pusiera a examinarla. Qué pensarían
de sus trazas. "Menuda pinta…”
Después de algunos días se acostumbró al papel en
blanco y ya no le parecía un mal lugar para vivir. “Es mi sitio”. Esa
noche intentó relajar la mente y deshacerse de los planes fantasiosos para
emprender la huida. Qué pérdida de tiempo: ni siquiera tenía una navaja, por no
hablar de que ahora medía dos milímetros, así que su supervivencia fuera del
papel era francamente imposible.
Aceptó su nueva condición y se esforzó al máximo
en mantener despejadas las fosas nasales. “Tengo que respirar, es lo único que importa”. Con esa idea cerró los ojos y se levantó de mejor ánimo al
siguiente día.
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