Esta mañana el pederasta ha desayunado café con leche en polvo y unas galletas. Ha pedido que le cambien las esposas porque le apretaban los músculos. A estas horas algunos medios estarían dispuestos a recoger sus heces y evaluar el grado de descomposición, no vaya a ser que queden restos libidinosos que den para otra tertulia. Su casa es de ladrillo: como todas. Pero hasta lo mundano puede resultar extraordinario si se somete al yugo de la repitición, al comentario en tono agudo de rostros parlantes (los hay por miles). Ahora andan detrás de las abuelas que llevan a los niños a los parques para ver asomar sus garras entre los mandiles de diario. Es el turno de la precipitación y las cámaras -espejos públicos, de qué- que aguardan apostadas en las calles para llevar a los hogares la señal de la venganza. Sin darnos cuenta nos hemos convertido en aquellos que vemos.
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viernes, 26 de septiembre de 2014
martes, 16 de septiembre de 2014
Canon
Ayer me recordaron que los artistas componen cuando andan
depresivos. Que la creatividad es una viuda que encuentra consuelo en la
imperturbabilidad de la bruma. La tos enguarra el lienzo en los días lentos y
el intelecto comprende que no queda más remedio que escupir la flema. Dicen que
hace falta una depresión honesta para urdir los dedos en arcilla y descubrir
la fisionomía de la verdad. Qué diferente debió ser la inspiración de los
empresarios y banqueros que estos días mueren desprovistos de niebla y polvo. El éxito les encontró siempre lúcidos y templados. Tranquilos como el dedo despreocupado que interpreta un repetitivo canon. Y quién discute ahora que eso no fue también música.
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