Sucedió ayer. Ayer perdí de vista la pierna derecha y aún siento el vacío. Caminaba por la calle por la que siempre regreso a casa sin demasiada prisa, como esperando un milagro de miércoles que me hicera despertar.
Ahí está la papelería; cierran tarde. La parada de autobús sin marquesina ni gente. El adoquín levantado. La residencia de estudiantes con motos fluorescentes en la entrada, y un poco más adelante el Steven. Me gustan los nombres de bares. A menudo la palabra elegida es inversamente proporcional al glamour que encuentras dentro pero todo esto tiene algo de fascinante. Igual que los nombres que se ponen a los bebés. Los hay que desprenden purpurina y fuegos artificales. Son elecciones donde uno proyecta anhelos y sobre todo carencias. ¿Por qué los del Steven habrán llamado así al Steven? Tal vez por Steven Spielberg. O por Steven Gerrard el jugador del Liverpool. O simplemente porque el dueño es un escocés que tuvo claro que en Madrid tenía que tener su propio ‘bar Manolo’. Es una pena que no hubieran añadido un par de sílabas. Lo habría llamado Estevenson, en recuerdo del padre de El extraño caso del doctor Jekyll y Míster Hyde. Qué mejor elección para homenajear a los neuróticos de personalidad escindida. Esta ciudad es portadora de cientos.
Echo una mirada por la cristalera. Veo señoras de cierta edad que catalogo como naranjas en conflicto: matarían por quitarse la cáscara de encima, es decir, por perder corporeidad en favor del jugo. Ahí están esos hombres de barriga desplegada y canas expertas en barras. Beben ron fundalmentalmente en vasos de tubo. Todo el que llega deja el abrigo o las bolsas en el perchero de la entrada y corre a unirse al resto, como si tuvieran que encontrar el niño de la clase que les ha prometido el cromo que les falta.
Los hielos no se habían derretido aún cuando siento que algo me roza la chaqueta. ¡La pierna! La furgo que la ha arrollado desaparece entre la oscuridad. No veo nada. Pienso en llamar al Samur. Pienso en que quizá alguien la podrá coser. Pienso que este bar debería cambiarse de nombre.
Delante del Estevenson. Noche psicológica de horror
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