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jueves, 17 de julio de 2014
Finis terrae
Cuando los romanos llegaron a la Península pensaban que el Miño era un río embrujado y que tras él, escondido entre la niebla, estaba el final de la Tierra, un enorme acantilado que les mandaría al vacío. A la nada más absoluta. Para las revistas de historia se trataba sólo de un pueblo ingenuo y asustadizo ante una naturaleza de formas sinuosas. Pero ese brutal impacto nos define y quizá algún día lleguen a confirmar que forma parte del genoma humano y es la principal razón por la que huimos de lo desconocido. En cada uno de nosotros habita un pálpito de finis terrae.
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